Tengo la espada sagrada? - Capítulo 37
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Capítulo 37 –Caída.
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“¡Vamos, suban más alto! ¡No podemos detenernos aquí!”
Aiden continuaba dando órdenes mientras observaba cómo su grupo luchaba por mantener el equilibrio y avanzar entre las ramas.
Marta y las sanadoras ya estaban un poco más arriba, pero los lobos no cesaban en su intento de alcanzarlos, saltando de árbol en árbol con una agilidad aterradora.
Sin embargo, cuanto más alto subían ellos, más difícil se hacía para las criaturas seguir su ritmo.
Los lobos, por más feroces que fueran, comenzaban a fallar en sus saltos, perdiendo precisión y cayendo al suelo con aullidos frustrados.
Darius y Thorne seguían cortando a los lobos que lograban acercarse demasiado, pero cada vez eran menos.
Finalmente, Aiden pudo ver cómo, uno por uno, los lobos comenzaban a caer desde las alturas, incapaces de seguir el ritmo del grupo.
Las bestias chocaban contra las ramas o se desplomaban al suelo, incapaces de mantener el mismo control y agilidad en las copas de los árboles que su grupo había logrado dominar.
“¡Marta, deja de usar tu magia!” ordenó Aiden, girándose rápidamente hacia ella. “No malgastes tu energía. Nos vamos a quedar sin recursos si sigues lanzando hechizos.”
Marta, con la respiración agitada, asintió sin decir palabra.
Aunque le costaba aceptar la orden, sabía que Aiden tenía razón. Ya habían subido lo suficiente, y los lobos no estaban logrando alcanzarlos. Dejar de lanzar bolas de fuego era lo más lógico. Solo tenía que resistir un poco más.
Aiden se tomó un breve respiro, observando su entorno.
El cielo estaba oscurecido por las copas de los árboles, pero aun así, la altura le proporcionaba una vista clara del terreno que los rodeaba gracias a las luces que emitían las hojas.
Los lobos que aún quedaban abajo aullaban y corrían en círculos, buscando otra manera de alcanzarlos, pero Aiden sabía que no durarían mucho más si seguían moviéndose.
“¿En qué dirección se fue el grupo de Alexia?” preguntó Aiden, sin apartar la vista del horizonte.
Por un momento, nadie respondió. Camila, que hasta ahora había estado casi completamente callada, se adelantó un poco, señalando con una mano temblorosa hacia el noreste.
“Por ahí… Alexia y los demás se dirigieron en esa dirección.”
Aiden miró hacia donde Camila había señalado.
Los árboles en esa parte del bosque parecían ser más altos y más estables, lo que les permitiría moverse con mayor seguridad.
Aiden asintió para sí mismo, sintiendo un ligero alivio.
“Bien, entonces nos dirigimos hacia allí.”
El grupo comenzó a avanzar de nuevo, ahora con más calma, pero también con la sensación de peligro aún muy presente.
Al mirar hacia abajo, la altura desde la que se movían resultaba inquietante.
El suelo estaba mucho más lejos de lo que recordaban. Cualquier caída desde esa altura sería fatal.
El miedo intentaba colarse en sus mentes, pero Aiden los mantenía enfocados.
Ya habían saltado antes, incluso bajo la presión de los lobos. Ahora solo tenían que hacer lo mismo, pero sin el caos de antes.
“Vamos a hacerlo por turnos,” explicó Aiden con firmeza mientras se posicionaba en una de las ramas más gruesas. “Salten de uno en uno para no perder el equilibrio. Cada rama parece lo suficientemente fuerte para soportarnos, pero no podemos correr riesgos innecesarios.”
Marta y Camila fueron las primeras en posicionarse para el salto.
Camila, con una mezcla de nervios y determinación, observó la distancia hasta la siguiente rama.
Su corazón latía con fuerza, pero sabía que no tenía otra opción. Sin embargo, cuando Marta tomó impulso para saltar, algo salió mal.
La rama bajo sus pies estaba resbaladiza por la humedad acumulada, y en cuanto Marta dio el primer paso, perdió el equilibrio. Con un grito ahogado, intentó recuperar el control, pero su cuerpo se tambaleó hacia un costado. Instintivamente, extendió su mano, y en su desesperación, agarró a Camila.
‘¿Eh…?’, pensó Camila al sentir el agarrón.
El tirón fue súbito, y antes de que Camila pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, sintió cómo su cuerpo era arrastrado hacia el vacío.
El aire silbaba a su alrededor, y el tiempo pareció detenerse mientras caía. El impacto contra el suelo no tardó en llegar.
El dolor fue inmediato, agudo, desgarrador. Un crujido resonó en su pecho, y luego, varios más.
Había caído mal, y algo dentro de ella se había roto.
Camila soltó un grito involuntario, un quejido de dolor que resonó en el silencio del bosque.
Marta, a su lado, también estaba en el suelo, jadeando por el impacto.
La situación empeoraba. A lo lejos, los lobos que quedaban comenzaban a acercarse nuevamente, atraídos por el ruido de la caída.
Mientras Camila trataba de comprender lo que acababa de ocurrir, un destello de luz pasó zumbando sobre su cabeza, clavándose en el suelo justo a su lado.
Era una espada.
Aiden la había lanzado con precisión, apenas rozando la cabeza de Camila, pero evitando herirla.
Camila, aún aturdida, miró la espada con incredulidad.
Su mente estaba en caos.
‘¿Por qué?’, se preguntó Camila mientras luchaba por recuperar el aliento. ‘¿Por qué tenía que tropezarse Marta justo ahora? ¿Por qué tenía que arrastrarme con ella?’
La frustración y la adrenalina comenzaban a apoderarse de su cuerpo.
Sabía que las circunstancias no podían haber sido más desafortunadas, pero no podía permitirse morir así.
No sin pelear.
Apretando los dientes, Camila se levantó lentamente, ignorando el dolor que irradiaba de sus costillas y brazos.
Sabía que algo estaba mal, que varios huesos se habían roto en la caída, pero en ese momento, lo único que sentía era una rabia indescriptible.
Al levantar la vista, vio a los lobos acercándose cada vez más.
Sus ojos brillaban con hambre, y el miedo la atravesó como una cuchilla. Pero, junto con ese miedo, algo más nació en su interior: una determinación feroz.
No moriría sin pelear.
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