Tengo la espada sagrada? - Capítulo 45
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Capítulo 45 – ¿Quieres intentarlo?
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Leo miraba la espada negra que Eleonora le había dado con bastante curiosidad.
A simple vista, parecía un arma normal, con ligeras imperfecciones debido al tiempo que había pasado enterrada en la nieve, pero al sostenerla notaba su peso perfectamente distribuido.
La hoja era de un negro mate que absorbía la luz, dándole un aire ominoso, como si la espada hubiera esperado siglos para volver a usarse.
Sin perder tiempo, Leo comenzó a moverse, realizando pequeños cortes en el aire para familiarizarse con el arma.
Su cuerpo siguió el flujo natural de los movimientos, pero aún tenía que ajustarse a su balance.
Eleonora lo observaba con calma, su expresión parecía relajada, pero en su interior, sentía estaba algo impaciente, pero emocionada.
Cuando Leo finalmente encontró el equilibrio adecuado, ella no pudo evitar sonreír.
“¿Vas a atacar ahora o seguirás practicando?” preguntó Eleonora con un toque de sarcasmo.
Leo asintió, ahora con una postura mucho más firme que la de antes.
Había comprendido que estaba ante una rival experimentada, y no podía cometer los mismos errores.
Esta vez, avanzó con una fuerza renovada, su espada cortando el aire con un silbido.
Eleonora bloqueó el ataque, pero al hacerlo, sintió una vibración recorrer todo el cuerpo que controlaba.
Los músculos de su candidata, aunque entrenados, empezaban a ceder ante la fuerza bruta de Leo.
Sin embargo, su técnica seguía siendo impecable.
A pesar de la diferencia física, Eleonora bloqueaba y desviaba cada ataque con precisión, su mirada nunca apartándose de la espada de Leo.
Pero Eleonora sabía que el cuerpo que controlaba no aguantaría mucho más. Los brazos de su candidata temblaban ligeramente con cada golpe que bloqueaba, y el entumecimiento comenzaba a dificultar los movimientos más precisos.
Pero Eleonora no era alguien que se rindiera.
Al ver una pequeña apertura en la ofensiva de Leo, lanzó una rápida punzada dirigida a su pecho.
Leo, en un movimiento instintivo, se tiró al suelo, esquivando por un pelo la espada de Eleonora, y con una patada baja golpeó la empuñadura de la espada, haciendo que la mano debilitada de su candidata soltara el arma.
La espada voló por el aire, clavándose en la nieve a unos metros de distancia.
Por un momento, parecía que Leo iba a ganar.
Desde el suelo, lanzó un ataque ascendente, dispuesto a terminar el combate. Pero Eleonora, rápida como una serpiente, se lanzó contra él con todo el peso de su candidata, impactando directamente en su estómago.
Leo soltó un gruñido ahogado al sentir el peso inesperado, y su ataque se detuvo en seco.
Antes de que pudiera reaccionar, Eleonora comenzó a golpearle la cara con los puños de su candidata, no con gran fuerza, pero sí con una insistencia brutal.
Cada golpe venía acompañado de una sonrisa en el rostro de Eleonora, una sonrisa que demostraba cuánto disfrutaba de la pelea.
Aunque los puñetazos no eran devastadores, la situación era humillante para Leo, quien, desde su posición inferior, apenas podía defenderse.
Justo cuando Eleonora se preparaba para lanzar otro golpe, una voz la detuvo.
“¡Para!” Isuke se acercaba con preocupación.
A pesar de que los golpes no eran fuertes, la escena era inquietante, especialmente por la expresión de placer en el rostro de Eleonora.
Leo, sintiendo la humillación del momento, se rindió con un suspiro pesado.
“Es mi derrota”, murmuró, su voz apagada por la vergüenza.
Eleonora, satisfecha, se levantó de encima de él, sacudiéndose la nieve de la ropa de su candidata mientras soltaba un suspiro de alivio.
“¿Y tú, Isuke? ¿Quieres intentarlo?” le preguntó Eleonora con una mirada desafiante.
Isuke negó rápidamente con la cabeza.
“No, gracias”, respondió, y su mirada nerviosa se desvió hacia los otros.
Ninguno de ellos se atrevió a mirarla a los ojos, desviando la mirada al suelo o a cualquier otra parte.
La atmósfera era tensa, y Eleonora lo sabía.
Eleonora frunció el ceño, molesta por la falta de coraje en aquellos a quienes había salvado.
¿Acaso no podían ver que no los iba a matar?
Leo, mientras se levantaba lentamente, aún recuperándose de los golpes, sostuvo la espada negra que Eleonora le había dado antes.
“¿Puedo quedarme con esto?” preguntó Leo, mostrando el arma con cierta admiración.
“Claro”, respondió Eleonora con desdén. “Pensaba en tirarla de todos modos.”
El comentario sorprendió a todos los presentes.
La espada, a pesar de su antigüedad, era una obra maestra.
Incluso Thorne, que solía usar un hacha, consideró pedir una espada similar, no para usarla, sino para venderla a un precio exorbitante.
Sin embargo, se mantuvo en silencio, sintiendo que pedir algo así sería inapropiado.
En ese momento, Marta finalmente comenzó a levantarse, aunque respiraba con dificultad.
Su rostro mostraba signos de confusión al observar la escena.
“¿Qué pasó aquí?” preguntó, aún aturdida.
Antes de que Alexia pudiera responder, Aiden se acercó a Marta, ofreciéndose a cargarla.
“Si no tienes fuerzas, te llevaré”, dijo, mientras Darius observaba en silencio, aún procesando lo que había sucedido.
Eleonora, aún controlando a su candidata, se acercó a Darius.
Sin decir una palabra, rompió el pulgar de su candidata, igual que antes. Darius la miró con asombro y confusión.
“Abre la boca”, ordenó Eleonora con frialdad.
“¿Qué?” Darius parpadeó, desconcertado.
A pesar de la pequeña estatura del cuerpo de la candidata que controlaba, Eleonora actuaba con una autoridad incuestionable.
Sin darle tiempo a reaccionar, Eleonora empujó su dedo roto dentro de la boca de Darius.
“Traga”, le ordenó, y Darius, aunque a regañadientes, obedeció, recordando lo que había sucedido con Marta.
Thorne observaba la escena con una mezcla de asco y fascinación, recordando que de esa misma manera Eleonora había ayudado a Marta antes.
Después de que Darius tragó la sangre, Eleonora retiró el dedo y lo limpió con la ropa de su candidata, como si fuera un acto cotidiano.
“¿Quién es ella?” preguntó Alexia, señalando a la chica con la que Eleonora había llegado, ahora cubierta con la prenda que Isuke le había dado para protegerse del frío.
Eleonora, sin importarle la sorpresa de los demás, respondió con indiferencia.
“Me da igual. Si la quieren, se la pueden quedar.”
El silencio se apoderó del grupo.
Todos miraban a la joven chica de cabello blanco que había traído a Eleonora, quien, a pesar de parecer humana, había sido tratada como un objeto, una posesión que se podía descartar.
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